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1 | Gabriel García Márquez
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3 |
4 |
5 | Cien años de soledad
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7 |
8 |
9 | EDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"
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13 | Para J omi García Ascot
14 | y María Luisa Elio
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18 | Cien años de soledad
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22 | Gabriel García Márquez
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26 | Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de
27 | recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces
28 | una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas
29 | que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos
30 | prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para
31 | mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia
32 | de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y
33 | timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de
34 | barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una
35 | truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios
36 | alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el
37 | mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio,
38 | y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse,
39 | y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había
40 | buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades.
41 | «Las cosas, tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de
42 | despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos
43 | que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible
44 | servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un
45 | hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel
46 | tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos
47 | lingotes imantados. Úrsula I guaran, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar
48 | el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro
49 | para empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el
50 | acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando
51 | los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró
52 | desenterrar fue una armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido,
53 | cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José
54 | Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura,
55 | encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre
56 | con un rizo de mujer.
57 |
58 | En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo y una lupa del tamaño de un
59 | tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Sentaron una
60 | gitana en un extremo de la aldea e instalaron el catalejo a la entrada de la carpa. Mediante el
61 | pago de cinco reales, la gente se asomaba al catalejo y veía a la gitana al alcance de su mano.
62 | «La ciencia ha eliminado las distancias», pregonaba Melquíades. «Dentro de poco, el hombre
63 | podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa.» Un mediodía
64 | ardiente hicieron una asombrosa demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de
65 | hierba seca en mitad de la calle y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos
66 | solares. José Arcadio Buendía, que aún no acababa de consolarse por el fracaso de sus imanes,
67 | concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra. Melquíades, otra vez, trató de
68 | disuadirlo. Pero terminó por aceptar los dos lingotes imantados y tres piezas de dinero colonial a
69 | cambio de la lupa. Úrsula lloró de consternación. Aquel dinero formaba parte de un cofre de
70 | monedas de oro que su padre había acumulado en toda una vida de privaciones, y que ella había
71 | enterrado debajo de la cama en espera de una buena ocasión para invertirías. José Arcadio
72 | Buendía no trató siquiera de consolarla, entregado por entero a sus experimentos tácticos con la
73 | abnegación de un científico y aun a riesgo de su propia vida. Tratando de demostrar los efectos
74 | de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de los rayos solares y
75 | sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar. Ante las
76 | protestas de su mujer, alarmada por tan peligrosa inventiva, estuvo a punto de incendiar la casa.
77 | Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su
78 | arma novedosa, hasta que logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un
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82 | Cien años de soledad
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86 | Gabriel García Márquez
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88 | poder de convicción irresistible. Lo envió a las autoridades acompañado de numerosos
89 | testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos, al cuidado de un
90 | mensajero que atravesó la sierra, y se extravió en pantanos desmesurados, remontó ríos
91 | tormentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la desesperación y la peste,
92 | antes de conseguir una ruta de enlace con las muías del correo. A pesar de que el viaje a la
93 | capital era en aquel tiempo poco menos que imposible, José Arcadio Buendia prometía intentarlo
94 | tan pronto como se lo ordenara el gobierno, con el fin de hacer demostraciones prácticas de su
95 | invento ante los poderes militares, y adiestrarlos personalmente en las complicadas artes de la
96 | guerra solar. Durante varios años esperó la respuesta. Por último, cansado de esperar, se
97 | lamentó ante Melquíades del fracaso de su iniciativa, y el gitano dio entonces una prueba
98 | convincente de honradez: le devolvió los doblones a cambio de la lupa, y le dejó además unos
99 | mapas portugueses y varios instrumentos de navegación. De su puño y letra escribió una
100 | apretada síntesis de los estudios del monje Hermann, que dejó a su disposición para que pudiera
101 | servirse del astrolabio, la brújula y el sextante. José Arcadio Buendia pasó los largos meses de
102 | lluvia encerrado en un cuartito que construyó en el fondo de la casa para que nadie perturbara
103 | sus experimentos. Habiendo abandonado por completo las obligaciones domésticas, permaneció
104 | noches enteras en el patio vigilando el curso de los astros, y estuvo a punto de contraer una
105 | insolación por tratar de establecer un método exacto para encontrar el mediodía. Cuando se hizo
106 | experto en el uso y manejo de sus instrumentos, tuvo una noción del espacio que le permitió
107 | navegar por mares incógnitos, visitar territorios deshabitados y trabar relación con seres
108 | espléndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete. Fue ésa la época en que adquirió el hábito
109 | de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie, mientras Úrsula y los niños se
110 | partían el espinazo en la huerta cuidando el plátano y la malanga, la yuca y el ñame, la ahuyama
111 | y la berenjena. De pronto, sin ningún anuncio, su actividad febril se interrumpió y fue sustituida
112 | por una especie de fascinación. Estuvo varios días como hechizado, repitiéndose a sí mismo en
113 | voz baja un sartal de asombrosas conjeturas, sin dar crédito a su propio entendimiento. Por fin,
114 | un martes de diciembre, a la hora del almuerzo, soltó de un golpe toda la carga de su tormento.
115 | Los niños habían de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se
116 | sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el
117 | encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento.
118 |
119 | -La tierra es redonda como una naranja.
120 |
121 | Úrsula perdió la paciencia. «Si has de volverte loco, vuélvete tú solo -gritó-. Pero no trates de
122 | inculcar a los niños tus ideas de gitano.» José Arcadio Buendia, impasible, no se dejó amedrentar
123 | por la desesperación de su mujer, que en un rapto de cólera le destrozó el astrolabio contra el
124 | suelo. Construyó otro, reunió en el cuartito a los hombres del pueblo y les demostró, con teorías
125 | que para todos resultaban incomprensibles, la posibilidad de regresar al punto de partida
126 | navegando siempre hacia el Oriente. Toda la aldea estaba convencida de que José Arcadio
127 | Buendia había perdido el juicio, cuando llegó Melquíades a poner las cosas en su punto. Exaltó en
128 | público la inteligencia de aquel hombre que por pura especulación astronómica había construido
129 | una teoría ya comprobada en la práctica, aunque desconocida hasta entonces en Macondo, y
130 | como una prueba de su admiración le hizo un regalo que había de ejercer una influencia
131 | terminante en el futuro de la aldea: un laboratorio de alquimia.
132 |
133 | Para esa época, Melquíades había envejecido con una rapidez asombrosa. En sus primeros
134 | viajes parecía tener la misma edad de José Arcadio Buendia. Pero mientras éste conservaba su
135 | fuerza descomunal, que le permitía derribar un caballo agarrándolo por las orejas, el gitano
136 | parecía estragado por una dolencia tenaz. Era, en realidad, el resultado de múltiples y raras
137 | enfermedades contraídas en sus incontables viajes alrededor del mundo. Según él mismo le contó
138 | a José Arcadio Buendia mientras lo ayudaba a montar el laboratorio, la muerte lo seguía a todas
139 | partes, husmeándole los pantalones, pero sin decidirse a darle el zarpazo final. Era un fugitivo de
140 | cuantas plagas y catástrofes habían flagelado al género humano. Sobrevivió a la pelagra en
141 | Persia, al escorbuto en el archipiélago de Malasia, a la lepra en Alejandría, al beriberi en el Japón,
142 | a la peste bubónica en Madagascar, al terremoto de Sicilia y a un naufragio multitudinario en el
143 | estrecho de Magallanes. Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus, era un
144 | hombre lúgubre, envuelto en un aura triste, con una mirada asiática que parecía conocer el otro
145 | lado de las cosas. Usaba un sombrero grande y negro, como las alas extendidas de un cuervo, y
146 | un chaleco de terciopelo patinado por el verdín de los siglos. Pero a pesar de su inmensa
147 | sabiduría y de su ámbito misterioso, tenía un peso humano, una condición terrestre que lo
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157 | mantenía enredado en los minúsculos problemas de la vida cotidiana. Se quejaba de dolencias de
158 | viejo, sufría por los más insignificantes percances económicos y había dejado de reír desde hacía
159 | mucho tiempo, porque el escorbuto le había arrancado los dientes. El sofocante mediodía en que
160 | reveló sus secretos, José Arcadio Buendía tuvo la certidumbre de que aquél era el principio de
161 | una grande amistad. Los niños se asombraron con sus relatos fantásticos. Aureliano, que no tenía
162 | entonces más de cinco años, había de recordarlo por el resto de su vida como lo vio aquella
163 | tarde, sentado contra la claridad metálica y reverberante de la ventana, alumbrando con su pro-
164 | funda voz de órgano los territorios más oscuros de la imaginación, mientras chorreaba por sus
165 | sienes la grasa derretida por el calor. José Arcadio, su hermano mayor, había de transmitir
166 | aquella imagen maravillosa, como un recuerdo hereditario, a toda su descendencia. Úrsula, en
167 | cambio, conservó un mal recuerdo de aquella visita, porque entró al cuarto en el momento en
168 | que Melquíades rompió por distracción un frasco de bicloruro de mercurio.
169 |
170 | -Es el olor del demonio -dijo ella.
171 |
172 | -En absoluto -corrigió Melquíades-. Está comprobado que el demonio tiene propiedades
173 | sulfúricas, y esto no es más que un poco de solimán.
174 |
175 | Siempre didáctico, hizo una sabia exposición sobre las virtudes diabólicas del cinabrio, pero
176 | Úrsula no le hizo caso, sino que se llevó los niños a rezar. Aquel olor mordiente quedaría para
177 | siempre en su memoria, vinculado al recuerdo de Melquíades.
178 |
179 | El rudimentario laboratorio -sin contar una profusión de cazuelas, embudos, retortas, filtros y
180 | coladores- estaba compuesto por un atanor primitivo; una probeta de cristal de cuello largo y
181 | angosto, imitación del huevo filosófico, y un destilador construido por los propios gitanos según
182 | las descripciones modernas del alambique de tres brazos de María la judía. Además de estas
183 | cosas, Melquíades dejó muestras de los siete metales correspondientes a los siete planetas, las
184 | fórmulas de Moisés y Zósimo para el doblado del oro, y una serie de apuntes y dibujos sobre los
185 | procesos del Gran Magisterio, que permitían a quien supiera interpretarlos intentar la fabricación
186 | de la piedra filosofal. Seducido por la simplicidad de las fórmulas para doblar el oro, José Arcadio
187 | Buendía cortejó a Úrsula durante varias semanas, para que le permitiera desenterrar sus
188 | monedas coloniales y aumentarlas tantas veces como era posible subdividir el azogue. Úrsula
189 | cedió, como ocurría siempre, ante la inquebrantable obstinación de su marido. Entonces José
190 | Arcadio Buendía echó treinta doblones en una cazuela, y los fundió con raspadura de cobre,
191 | oropimente, azufre y plomo. Puso a hervir todo a fuego vivo en un caldero de aceite de ricino
192 | hasta obtener un jarabe espeso y pestilente más parecido al caramelo vulgar que al oro
193 | magnífico. En azarosos y desesperados procesos de destilación, fundida con los siete metales
194 | planetarios, trabajada con el mercurio hermético y el vitriolo de Chipre, y vuelta a cocer en
195 | manteca de cerdo a falta de aceite de rábano, la preciosa herencia de Úrsula quedó reducida a un
196 | chicharrón carbonizado que no pudo ser desprendido del fondo del caldero.
197 |
198 | Cuando volvieron los gitanos, Úrsula había predispuesto contra ellos a toda la población. Pero
199 | la curiosidad pudo más que el temor, porque aquella vez los gitanos recorrieron la aldea haciendo
200 | un ruido ensordecedor con toda clase de instrumentos músicos, mientras el pregonero anunciaba
201 | la exhibición del más fabuloso hallazgo de los nasciancenos. De modo que todo el mundo se fue a
202 | la carpa, y mediante el pago de un centavo vieron un Melquíades juvenil, repuesto, desarrugado,
203 | con una dentadura nueva y radiante. Quienes recordaban sus encías destruidas por el escorbuto,
204 | sus mejillas flaccidas y sus labios marchitos, se estremecieron de pavor ante aquella prueba
205 | terminante de los poderes sobrenaturales del gitano. El pavor se convirtió en pánico cuando
206 | Melquíades se sacó los dientes, intactos, engastados en las encías, y se los mostró al público por
207 | un instante un instante fugaz en que volvió a ser el mismo hombre decrépito de los años
208 | anteriores y se los puso otra vez y sonrió de nuevo con un dominio pleno de su juventud
209 | restaurada. Hasta el propio José Arcadio Buendía consideró que los conocimientos de Melquíades
210 | habían llegado a extremos intolerables, pero experimentó un saludable alborozo cuando el gitano
211 | le explicó a solas el mecanismo de su dentadura postiza. Aquello le pareció a la vez tan sencillo y
212 | prodigioso, que de la noche a la mañana perdió todo interés en las investigaciones de alquimia;
213 | sufrió una nueva crisis de mal humor, no volvió a comer en forma regular y se pasaba el día
214 | dando vueltas por la casa. «En el mundo están ocurriendo cosas increíbles -le decía a Úrsula-. Ahí
215 | mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos
216 | viviendo como los burros.» Quienes lo conocían desde los tiempos de la fundación de Macondo, se
217 | asombraban de cuánto había cambiado bajo la influencia de Melquíades.
218 |
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225 | Gabriel García Márquez
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227 | Al principio, José Arcadio Buendía era una especie de patriarca juvenil, que daba instrucciones
228 | para la siembra y consejos para la crianza de niños y animales, y colaboraba con todos, aun en el
229 | trabajo físico, para la buena marcha de la comunidad. Puesto que su casa fue desde el primer
230 | momento la mejor de la aldea, las otras fueron arregladas a su imagen y semejanza. Tenía una
231 | salita amplia y bien iluminada, un comedor en forma de terraza con flores de colores alegres, dos
232 | dormitorios, un patio con un castaño gigantesco, un huerto bien plantado y un corral donde vivían
233 | en comunidad pacífica los chivos, los cerdos y las gallinas. Los únicos animales prohibidos no sólo
234 | en la casa, sino en todo el poblado, eran los gallos de pelea.
235 |
236 | La laboriosidad de Úrsula andaba a la par con la de su marido. Activa, menuda, severa, aquella
237 | mujer de nervios inquebrantables, a quien en ningún momento de su vida se la oyó cantar,
238 | parecía estar en todas partes desde el amanecer hasta muy entrada la noche, siempre perseguida
239 | por el suave susurro de sus pollerines de olán. Gracias a ella, los pisos de tierra golpeada, los
240 | muros de barro sin encalar, los rústicos muebles de madera construidos por ellos mismos estaban
241 | siempre limpios, y los viejos arcones donde se guardaba la ropa exhalaban un tibio olor de
242 | albahaca.
243 |
244 | José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea,
245 | había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y
246 | abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa
247 | recibía más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada
248 | y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes. Era en verdad
249 | una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.
250 |
251 | Desde los tiempos de la fundación, José Arcadio Buendía construyó trampas y jaulas. En poco
252 | tiempo llenó de turpiales, canarios, azulejos y petirrojos no sólo la propia casa, sino todas las de
253 | la aldea. El concierto de tantos pájaros distintos llegó a ser tan aturdidor, que Úrsula se tapó los
254 | oídos con cera de abejas para no perder el sentido de la realidad. La primera vez que llegó la
255 | tribu de Melquíades vendiendo bolas de vidrio para el dolor de cabeza, todo el mundo se
256 | sorprendió de que hubieran podido encontrar aquella aldea perdida en el sopor de la ciénaga, y
257 | los gitanos confesaron que se habían orientado por el canto de los pájaros.
258 |
259 | Aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo, arrastrado por la fiebre de los
260 | imanes, los cálculos astronómicos, los sueños de trasmutación y las ansias de conocer las
261 | maravillas del mundo. De emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre
262 | de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje que Úrsula lograba cuadrar a
263 | duras penas con un cuchillo de cocina. No faltó quien lo considerara víctima de algún extraño
264 | sortilegio. Pero hasta los más convencidos de su locura abandonaron trabajo y familias para
265 | seguirlo, cuando se echó al hombro sus herramientas de desmontar, y pidió el concurso de todos
266 | para abrir una trocha que pusiera a Macondo en contacto con los graneles inventos.
267 |
268 | José Arcadio Buendía ignoraba por completo la geografía de la región. Sabía que hacia el
269 | Oriente estaba la sierra impenetrable, y al otro lado de la sierra la antigua ciudad de Riohacha,
270 | donde en épocas pasadas -según le había contado el primer Aureliano Buendía, su abuelo- sir
271 | Francis Drake se daba al deporte de cazar caimanes a cañonazos, que luego hacía remendar y
272 | rellenar de paja para llevárselos a la reina Isabel. En su juventud, él y sus hombres, con mujeres
273 | y niños y animales y toda clase de enseres domésticos, atravesaron la sierra buscando una salida
274 | al mar, y al cabo de veintiséis meses desistieron de la empresa y fundaron a Macondo para no
275 | tener que emprender el camino de regreso. Era, pues, una ruta que no le interesaba, porque sólo
276 | podía conducirlo al pasado. Al sur estaban los pantanos, cubiertos de una eterna nata vegetal, y
277 | el vasto universo de la ciénaga grande, que según testimonio de los gitanos carecía de límites. La
278 | ciénaga grande se confundía al Occidente con una extensión acuática sin horizontes, donde había
279 | cetáceos de piel delicada con cabeza y torso de mujer, que perdían a los navegantes con el
280 | hechizo de sus tetas descomunales. Los gitanos navegaban seis meses por esa ruta antes de
281 | alcanzar el cinturón de tierra firme por donde pasaban las muías del correo. De acuerdo con los
282 | cálculos de José Arcadio Buendía, la única posibilidad de contacto con la civilización era la ruta del
283 | Norte. De modo que dotó de herramientas de desmonte y armas de cacería a los mismos
284 | hombres que lo acompañaron en la fundación de Macondo; echó en una mochila sus instrumentos
285 | de orientación y sus mapas, y emprendió la temeraria aventura.
286 |
287 | Los primeros días no encontraron un obstáculo apreciable. Descendieron por la pedregosa
288 | ribera del río hasta el lugar en que años antes habían encontrado la armadura del guerrero, y allí
289 | penetraron al bosque por un sendero de naranjos silvestres. Al término de la primera semana,
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292 |
293 | Cien años de soledad
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297 | Gabriel García Márquez
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299 | mataron y asaron un venado, pero se conformaron con comer la mitad y salar el resto para los
300 | próximos días. Trataban de aplazar con esa precaución la necesidad de seguir comiendo
301 | guacamayas, cuya carne azul tenía un áspero sabor de almizcle. Luego, durante más de diez días,
302 | no volvieron a ver el sol. El suelo se volvió blando y húmedo, como ceniza volcánica, y la
303 | vegetación fue cada vez más insidiosa y se hicieron cada vez más lejanos los gritos de los pájaros
304 | y la bullaranga de los monos, y el mundo se volvió triste para siempre. Los hombres de la
305 | expedición se sintieron abrumados por sus recuerdos más antiguos en aquel paraíso de humedad
306 | y silencio, anterior al pecado original, donde las botas se hundían en pozos de aceites humeantes
307 | y los machetes destrozaban lirios sangrientos y salamandras doradas. Durante una semana, casi
308 | sin hablar, avanzaron como sonámbulos por un universo de pesadumbre, alumbrados apenas por
309 | una tenue reverberación de insectos luminosos y con los pulmones agobiados por un sofocante
310 | olor de sangre. No podían regresar, porque la trocha que iban abriendo a su paso se volvía a
311 | cerrar en poco tiempo, con una vegetación nueva que casi veían crecer ante sus ojos. «No
312 | importa -decía José Arcadio Buendía-. Lo esencial es no perder la orientación.» Siempre
313 | pendiente de la brújula, siguió guiando a sus hombres hacia el norte invisible, hasta que lograron
314 | salir de la región encantada. Era una noche densa, sin estrellas, pero la oscuridad estaba
315 | impregnada por un aire nuevo y limpio. Agotados por la prolongada travesía, colgaron las
316 | hamacas y durmieron a fondo por primera vez en dos semanas. Cuando despertaron, ya con el
317 | sol alto, se quedaron pasmados de fascinación. Frente a ellos, rodeado de heléchos y palmeras,
318 | blanco y polvoriento en la silenciosa luz de la mañana, estaba un enorme galeón español.
319 | Ligeramente volteado a estribor, de su arboladura intacta colgaban las piltrafas escuálidas del
320 | velamen, entre jarcias adornadas de orquídeas. El casco, cubierto con una tersa coraza de
321 | remora petrificada y musgo tierno, estaba firmemente enclavado en un suelo de piedras. Toda la
322 | estructura parecía ocupar un ámbito propio, un espacio de soledad y de olvido, vedado a los
323 | vicios del tiempo y a las costumbres de los pájaros. En el interior, que los expedicionarios
324 | exploraron con un fervor sigiloso, no había nada más que un apretado bosque de flores.
325 |
326 | El hallazgo del galeón, indicio de la proximidad del mar, quebrantó el ímpetu de José Arcadio
327 | Buendía. Consideraba como una burla de su travieso destino haber buscado el mar sin en-
328 | contrarlo, al precio de sacrificios y penalidades sin cuento, y haberlo encontrado entonces sin
329 | buscarlo, atravesado en su camino como un obstáculo insalvable. Muchos años después, el
330 | coronel Aureliano Buendía volvió a travesar la región, cuando era ya una ruta regular del correo,
331 | y lo único que encontró de la nave fue el costillar carbonizado en medio de un campo de
332 | amapolas. Sólo entonces convencido de que aquella historia no había sido un engendro de la
333 | imaginación de su padre, se preguntó cómo había podido el galeón adentrarse hasta ese punto en
334 | tierra firme. Pero José Arcadio Buendía no se planteó esa inquietud cuando encontró el mar, al
335 | cabo de otros cuatro días de viaje, a doce kilómetros de distancia del galeón. Sus sueños
336 | terminaban frente a ese mar color de ceniza, espumoso y sucio, que no merecía los riesgos y
337 | sacrificios de su aventura.
338 |
339 | -iCarajo! -gritó-. Macondo está rodeado de agua por todas partes.
340 |
341 | La idea de un Macondo peninsular prevaleció durante mucho tiempo, inspirada en el mapa
342 | arbitrario que dibujó José Arcadio Buendía al regreso de su expedición. Lo trazó con rabia, exa-
343 | gerando de mala fe las dificultades de comunicación, como para castigarse a sí mismo por la
344 | absoluta falta de sentido con que eligió el lugar. «Nunca llegaremos a ninguna parte -se la-
345 | mentaba ante Úrsula-. Aquí nos hemos de pudrir en vida sin recibir los beneficios de la ciencia.»
346 | Esa certidumbre, rumiada varios meses en el cuartito del laboratorio, lo llevó a concebir el
347 | proyecto de trasladar a Macondo a un lugar más propicio. Pero esta vez, Úrsula se anticipó a sus
348 | designios febriles. En una secreta e implacable labor de hormiguita predispuso a las mujeres de la
349 | aldea contra la veleidad de sus hombres, que ya empezaban a prepararse para la mudanza. José
350 | Arcadio Buendía no supo en qué momento, ni en virtud de qué fuerzas adversas, sus planes se
351 | fueron enredando en una maraña de pretextos, contratiempos y evasivas, hasta convertirse en
352 | pura y simple ilusión. Úrsula lo observó con una atención inocente, y hasta sintió por él un poco
353 | de piedad, la mañana en que lo encontró en el cuartito del fondo comentando entre dientes sus
354 | sueños de mudanza, mientras colocaba en sus cajas originales las piezas del laboratorio. Lo dejó
355 | terminar. Lo dejó clavar las cajas y poner sus iniciales encima con un hisopo entintado, sin ha-
356 | cerle ningún reproche, pero sabiendo ya que él sabía (porque se lo oyó decir en sus sordos
357 | monólogos) que los hombres del pueblo no lo secundarían en su empresa. Sólo cuando empezó a
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361 | Cien años de soledad
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365 | Gabriel García Márquez
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367 | desmontar la puerta del cuartito, Úrsula se atrevió a preguntarle por qué lo hacía, y él le contestó
368 | con una cierta amargura: «Puesto que nadie quiere irse, nos iremos solos.» Úrsula no se alteró.
369 |
370 | -No nos iremos -dijo-. Aquí nos quedamos, porque aquí hemos tenido un hijo.
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372 | -Todavía no tenemos un muerto -dijo él-. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un
373 | muerto bajo la tierra.
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375 | Úrsula replicó, con una suave firmeza:
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377 | -Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero.
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379 | José Arcadio Buendía no creyó que fuera tan rígida la voluntad de su mujer. Trató de seducirla
380 | con el hechizo de su fantasía, con la promesa de un mundo prodigioso donde bastaba con echar
381 | unos líquidos mágicos en la tierra para que las plantas dieran frutos a voluntad del hombre, y
382 | donde se vendían a precio de baratillo toda clase de aparatos para el dolor. Pero Úrsula fue
383 | insensible a su clarividencia.
384 |
385 | -En vez de andar pensando en tus alocadas novelerías, debes ocuparte de tus hijos -replicó-.
386 | Míralos cómo están, abandonados a la buena de Dios, igual que los burros.
387 |
388 | José Arcadio Buendía tomó al pie de la letra las palabras de su mujer. Miró a través de la
389 | ventana y vio a los dos niños descalzos en la huerta soleada, y tuvo la impresión de que sólo en
390 | aquel instante habían empezado a existir, concebidos por el conjuro de Úrsula. Algo ocurrió
391 | entonces en su interior; algo misterioso y definitivo que lo desarraigó de su tiempo actual y lo
392 | llevó a la deriva por una región inexplorada de los re cuerdos. Mientras Úrsula seguía barriendo la
393 | casa que ahora estaba segura de no abandonar en el resto de su vida él permaneció
394 | contemplando a los niños con mirada absorta hasta que los ojos se le humedecieron y se los secó
395 | con el dorso de la mano, y exhaló un hondo suspiro de resignación.
396 |
397 | -Bueno -dijo-. Diles que vengan a ayudarme a sacar las cosas de los cajones.
398 |
399 | José Arcadio, el mayor de los niños, había cumplido catorce años. Tenía la cabeza cuadrada, el
400 | pelo hirsuto y el carácter voluntarioso de su padre. Aunque llevaba el mismo impulso de
401 | crecimiento y fortaleza física, ya desde entonces era evidente que carecía de imaginación. Fue
402 | concebido y dado a luz durante la penosa travesía de la sierra, antes de la fundación de Macondo,
403 | y sus padres dieron gracias al cielo al comprobar que no tenía ningún órgano de animal.
404 | Aureliano, el primer ser humano que nació en Macondo, iba a cumplir seis años en marzo. Era
405 | silencioso y retraído. Había llorado en el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos.
406 | Mientras le cortaban el ombligo movía la cabeza de un lado a otro reconociendo las cosas del
407 | cuarto, y examinaba el rostro de la gente con una curiosidad sin asombro. Luego, indiferente a
408 | quienes se acercaban a conocerlo, mantuvo la atención concentrada en el techo de palma, que
409 | parecía a punto de derrumbarse bajo la tremenda presión de la lluvia. Úrsula no volvió a
410 | acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un día en que el pequeño Aureliano, a la edad de
411 | tres años, entró a la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una
412 | olla de caldo hirviendo. El niño, perplejo en la puerta, dijo: «Se va a caer.» La olla estaba bien
413 | puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició un
414 | movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se
415 | despedazó en el suelo. Úrsula, alarmada, le contó el episodio a su marido, pero éste lo interpretó
416 | como un fenómeno natural. Así fue siempre, ajeno a la existencia de sus hijos, en parte porque
417 | consideraba la infancia como un período de insuficiencia mental, y en parte porque siempre
418 | estaba demasiado absorto en sus propias especulaciones quiméricas.
419 |
420 | Pero desde la tarde en que llamó a los niños para que lo ayudaran a desempacar las cosas del
421 | laboratorio, les dedicó sus horas mejores. En el cuartito apartado, cuyas paredes se fueron
422 | llenando poco a poco de mapas inverosímiles y gráficos fabulosos, les enseñó a leer y escribir y a
423 | sacar cuentas, y les habló de las maravillas del mundo no sólo hasta donde le alcanzaban sus
424 | conocimientos, sino forzando a extremos increíbles los límites de su imaginación. Fue así como
425 | los niños terminaron por aprender que en el extremo meridional del África había hombres tan
426 | inteligentes y pacíficos que su único entretenimiento era sentarse a pensar, y que era posible
427 | atravesar a pie el mar Egeo saltando de isla en isla hasta el puerto de Salónica. Aquellas
428 | alucinantes sesiones quedaron de tal modo impresas en la memoria de los niños, que muchos
429 | años más tarde, un segundo antes de que el oficial de los ejércitos regulares diera la orden de
430 | fuego al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía volvió a vivir la tibia tarde de
431 | marzo en que su padre interrumpió la lección de física, y se quedó fascinado, con la mano en el
432 | aire y los ojos inmóviles, oyendo a la distancia los pífanos y tambores y sonajas de los gitanos
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436 | Cien años de soledad
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440 | Gabriel García Márquez
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442 | que una vez más llegaban a la aldea, pregonando el último y asombroso descubrimiento de los
443 | sabios de Memphis.
444 |
445 | Eran gitanos nuevos. Hombres y mujeres jóvenes que sólo conocían su propia lengua,
446 | ejemplares hermosos de piel aceitada y manos inteligentes, cuyos bailes y músicas sembraron en
447 | las calles un pánico de alborotada alegría, con sus loros pintados de todos los colores que
448 | recitaban romanzas italianas, y la gallina que ponía un centenar de huevos de oro al son de la
449 | pandereta, y el mono amaestrado que adivinaba el pensamiento, y la máquina múltiple que
450 | servía al mismo tiempo para pegar botones y bajar la fiebre, y el aparato para olvidar los malos
451 | recuerdos, y el emplasto para perder el tiempo, y un millar de invenciones más, tan ingeniosas e
452 | insólitas, que José Arcadio Buendía hubiera querido inventar la máquina de la memoria para
453 | poder acordarse de todas. En un instante transformaron la aldea. Los habitantes de Macondo se
454 | encontraron de pronto perdidos en sus propias calles, aturdidos por la feria multitudinaria.
455 |
456 | Llevando un niño de cada mano para no perderlos en el tumulto, tropezando con saltimbanquis
457 | de dientes acorazados de oro y malabaristas de seis brazos, sofocado por el confuso aliento de
458 | estiércol y sándalo que exhalaba la muchedumbre, José Arcadio Buendía andaba como un loco
459 | buscando a Melquíades por todas partes, para que le revelara los infinitos secretos de aquella
460 | pesadilla fabulosa. Se dirigió a varios gitanos que no entendieron su lengua. Por último llegó
461 | hasta el lugar donde Melquíades solía plantar su tienda, y encontró un armenio taciturno que
462 | anunciaba en castellano un jarabe para hacerse invisible. Se había tomado de un golpe una copa
463 | de la sustancia ambarina, cuando José Arcadio Buendía se abrió paso a empujones por entre el
464 | grupo absorto que presenciaba el espectáculo, y alcanzó a hacer la pregunta. El gitano le envolvió
465 | en el clima atónito de su mirada, antes de convertirse en un charco de alquitrán pestilente y
466 | humeante sobre el cual quedó flotando la resonancia de su respuesta: «Melquíades murió.»
467 | Aturdido por la noticia, José Arcadio Buendía permaneció inmóvil, tratando de sobreponerse a la
468 | aflicción, hasta que el grupo se dispersó reclamado por otros artificios y el charco del armenio
469 | taciturno se evaporó por completo. Más tarde, otros gitanos le confirmaron que en efecto
470 | Melquíades había sucumbido a las fiebres en los médanos de Singapur, y su cuerpo había sido
471 | arrojado en el lugar más profundo del mar de Java. A los niños no les interesó la noticia. Estaban
472 | obstinados en que su padre los llevara a conocer la portentosa novedad de los sabios de
473 | Memphis, anunciada a la entrada de una tienda que, según decían, perteneció al rey Salomón.
474 | Tanto insistieron, que José Arcadio Buendía pagó los treinta reales y los condujo hasta el centro
475 | de la carpa, donde había un gigante de torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la
476 | nariz y una pesada cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de pirata. Al ser
477 | destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro sólo había un enorme
478 | bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de
479 | colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una
480 | explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:
481 |
482 | -Es el diamante más grande del mundo.
483 |
484 | -No -corrigió el gitano-. Es hielo.
485 |
486 | José Arcadio Buendía, sin entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la
487 | apartó. «Cinco reales más para tocarlo», dijo. José Arcadio Buendía los pagó, y entonces puso la
488 | mano sobre el hielo, y la mantuvo puesta por varios minutos, mientras el corazón se le hinchaba
489 | de temor y de júbilo al contacto del misterio. Sin saber qué decir, pagó otros diez reales para que
490 | sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo. Aureliano,
491 | en cambio, dio un paso hacia adelante, puso la mano y la retiró en el acto. «Está hirviendo»,
492 | exclamó asustado. Pero su padre no le prestó atención. Embriagado por la evidencia del prodigio,
493 | en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de
494 | Melquíades abandonado al apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano
495 | puesta en el témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó:
496 |
497 | -Éste es el gran invento de nuestro tiempo.
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500 |
501 | Cien años de soledad
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505 | Gabriel García Márquez
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509 | II
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513 | Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la bisabuela de Úrsula
514 | I guaran se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones, que perdió el
515 | control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Las quemaduras la dejaron convertida
516 | en una esposa inútil para toda la vida. No podía sentarse sino de medio lado, acomodada en
517 | cojines, y algo extraño debió quedarle en el modo de andar, porque nunca volvió a caminar en
518 | público. Renunció a toda clase de hábitos sociales obsesionada por la idea de que su cuerpo
519 | despedía un olor a chamusquina. El alba la sorprendía en el patio sin atreverse a dormir, porque
520 | soñaba que los ingleses con sus feroces perros de asalto se metían por la ventana del dormitorio
521 | y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al rojo vivo. Su marido, un comerciante
522 | aragonés con quien tenía dos hijos, se gastó media tienda en medicinas y entretenimientos
523 | buscando la manera de aliviar sus terrores. Por último liquidó el negocio y llevó la familia a vivir
524 | lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las estribaciones de la sierra, donde
525 | le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los
526 | piratas de sus pesadillas.
527 |
528 | En la escondida ranchería vivía de mucho tiempo atrás un criollo cultivador de tabaco, don
529 | José Arcadio Buendía, con quien el bisabuelo de Úrsula estableció una sociedad tan productiva
530 | que en pocos años hicieron una fortuna. Varios siglos más tarde, el tataranieto del criollo se casó
531 | con la tataranieta del aragonés. Por eso, cada vez que Úrsula se salía de casillas con las locuras
532 | de su marido, saltaba por encima de trescientos años de casualidades, y maldecía la hora en que
533 | Francis Drake asaltó a Riohacha, Era un simple recurso de desahogo, porque en verdad estaban
534 | ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de
535 | conciencia. Eran primos entre sí. Habían crecido juntos en la antigua ranchería que los
536 | antepasados de ambos transformaron con su trabajo y sus buenas costumbres en uno de los
537 | mejores pueblos de la provincia. Aunque su matrimonio era previsible desde que vinieron al
538 | mundo, cuando ellos expresaron la voluntad de casarse sus propios parientes trataron de
539 | impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente
540 | entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguanas. Ya existía un precedente
541 | tremendo. Una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadio Buendía tuvo un hijo que pasó
542 | toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber
543 | vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad porque nació y creció con una
544 | cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de
545 | cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer, y que le costo la vida cuando un carnicero
546 | amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar. José Arcadio Buendía, con la
547 | ligereza de sus diecinueve años, resolvió el problema con una sola frase: «No me importa tener
548 | cochinitos, siempre que puedan hablar.» Así que se casaron con una fiesta de banda y cohetes
549 | que duró tres días. Hubieran sido felices desde entonces si la madre de Úrsula no la hubiera
550 | aterrorizado con toda clase de pronósticos siniestros sobre su descendencia, hasta el extremo de
551 | conseguir que rehusara consumar el matrimonio. Temiendo que el corpulento y voluntarioso
552 | marido la violara dormida, Úrsula se ponía antes de acostarse un pantalón rudimentario que su
553 | madre le fabricó con lona de velero y reforzado con un sistema de correas entrecruzadas, que se
554 | cerraba por delante con una gruesa hebilla de hierro. Así estuvieron varios meses. Durante el día,
555 | él pastoreaba sus gallos de pelea y ella bordaba en bastidor con su madre. Durante la noche,
556 | forcejeaban varias horas con una ansiosa violencia que ya parecía un sustituto del acto de amor,
557 | hasta que la intuición popular olfateó que algo irregular estaba ocurriendo, y soltó el rumor de
558 | que Úrsula seguía virgen un año después de casada, porque su marido era impotente. José
559 | Arcadio Buendía fue el último que conoció el rumor.
560 |
561 | -Ya ves, Úrsula, lo que anda diciendo la gente -le dijo a su mujer con mucha calma.
562 |
563 | -Déjalos que hablen -dijo ella-. Nosotros sabemos que no es cierto.
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571 | Cien años de soledad
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575 | Gabriel García Márquez
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577 | De modo que la situación siguió igual por otros seis meses, hasta el domingo trágico en que
578 | José Arcadio Buendía le gano una pelea de gallos a Prudencio Aguilar. Furioso, exaltado por la
579 | sangre de su animal, el perdedor se apartó de José Arcadio Buendía para que toda la gallera
580 | pudiera oír lo que iba a decirle.
581 |
582 | -Te felicito -gritó-. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer.
583 |
584 | José Arcadio Buendía, sereno, recogió su gallo. «Vuelvo en seguida», dijo a todos. Y luego, a
585 | Prudencio Aguilar:
586 |
587 | -Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar.
588 |
589 | Diez minutos después volvió con la lanza cebada de su abuelo. En la puerta de la gallera,
590 | donde se había concentrado medio pueblo, Prudencio Aguilar lo esperaba. No tuvo tiempo de
591 | defenderse. La lanza de José Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma
592 | dirección certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la región, le
593 | atravesó la garganta. Esa noche, mientras se velaba el cadáver en la gallera, José Arcadio
594 | Buendía entró en el dormitorio cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad.
595 | Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó: «Quítate eso.» Úrsula no puso en duda la decisión de
596 | su marido. «Tú serás responsable de lo que pase», murmuró. José Arcadio Buendía clavó la lanza
597 | en el piso de tierra.
598 |
599 | -Si has de parir iguanas, criaremos iguanas -dijo-. Pero no habrá más muertos en este pueblo
600 | por culpa tuya.
601 |
602 | Era una buena noche de junio, fresca y con luna, y estuvieron despiertos y retozando en la
603 | cama hasta el amanecer, indiferentes al viento que pasaba por el dormitorio, cargado con el
604 | llanto de los parientes de Prudencio Aguilar.
605 |
606 | El asunto fue clasificado como un duelo de honor, pero a ambos les quedó un malestar en la
607 | conciencia. Una noche en que no podía dormir, Úrsula salió a tomar agua en el patio y vio a
608 | Prudencio Aguilar junto a la tinaja. Estaba lívido, con una expresión muy triste, tratando de cegar
609 | con un tapón de esparto el hueco de su garganta. No le produjo miedo, sino lástima. Volvió al
610 | cuarto a contarle a su esposo lo que había visto, pero él no le hizo caso. «Los muertos no salen -
611 | dijo-. Lo que pasa es que no podemos con el peso de la conciencia.» Dos noches después, Úrsula
612 | volvió a ver a Prudencio Aguilar en el baño, lavándose con el tapón de esparto la sangre cris-
613 | talizada del cuello. Otra noche lo vio paseándose bajo la lluvia. José Arcadio Buendía, fastidiado
614 | por las alucinaciones de su mujer, salió al patio armado con la lanza. Allí estaba el muerto con su
615 | expresión triste.
616 |
617 | -Vete al carajo -le gritó José Arcadio Buendía-. Cuantas veces regreses volveré a matarte.
618 |
619 | Prudencio Aguilar no se fue, ni José Arcadio Buendía se atrevió arrojar la lanza. Desde
620 | entonces no pudo dormir bien.
621 |
622 | Lo atormentaba la inmensa desolación con que el muerto lo había mirado desde la lluvia, la
623 | honda nostalgia con que añoraba a los vivos, la ansiedad con que registraba la casa buscando
624 | agua para mojar su tapón de esparto. «Debe estar sufriendo mucho -le decía a Úrsula-. Se ve
625 | que está muy solo.» Ella estaba tan conmovida que la próxima vez que vio al muerto destapando
626 | las ollas de la hornilla comprendió lo que buscaba, y desde entonces le puso tazones de agua por
627 | toda la casa. Una noche en que lo encontró lavándose las heridas en su propio cuarto, José
628 | Arcadio Buendía no pudo resistir más.
629 |
630 | -Está bien, Prudencio -le dijo-. Nos iremos de este pueblo, lo más lejos que podamos, y no
631 | regresaremos jamás. Ahora vete tranquilo.
632 |
633 | Fue así como emprendieron la travesía de la sierra. Varios amigos de José Arcadio Buendía,
634 | jóvenes como él, embullados con la aventura, desmantelaron sus casas y cargaron con sus
635 | mujeres y sus hijos hacia la tierra que nadie les había prometido. Antes de partir, José Arcadio
636 | Buendía enterró la lanza en el patio y degolló uno tras otro sus magníficos gallos de pelea,
637 | confiando en que en esa forma le daba un poco de paz a Prudencio Aguilar. Lo único que se llevó
638 | Úrsula fue un baúl con sus ropas de recién casada, unos pocos útiles domésticos y el cofrecito con
639 | las piezas de oro que heredé de su padre. No se trazaron un itinerario definido. Solamente
640 | procuraban viajar en sentido contrario al camino de Riohacha para no dejar ningún rastro ni
641 | encontrar gente conocida. Fue un viaje absurdo. A los catorce meses, con el estómago estragado
642 | por la carne de mico y el caldo de culebras, Úrsula dio a luz un hijo con todas sus partes
643 | humanas. Había hecho la mitad del camino en una hamaca colgada de un palo que dos hombres
644 | llevaban en hombros, porque la hinchazón le desfiguró las piernas, y las varices se le reventaban
645 | como burbujas. Aunque daba lástima verlos con los vientres templados y los ojos lánguidos, los
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649 | 11
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653 | Cien años de soledad
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657 | Gabriel García Márquez
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659 | niños resistieron el viaje mejor que sus padres, y la mayor parte del tiempo les resultó divertido.
660 | Una mañana, después de casi dos años de travesía, fueron los primeros mortales que vieron la
661 | vertiente occidental de la sierra. Desde la cumbre nublada contemplaron la inmensa llanura
662 | acuática de la ciénaga grande, explayada hasta el otro lado del mundo. Pero nunca encontraron
663 | el mar. Una noche, después de varios meses de andar perdidos por entre los pantanos, lejos ya
664 | de los últimos indígenas que encontraron en el camino, acamparon a la orilla de un río pedregoso
665 | cuyas aguas parecían un torrente de vidrio helado. Años después, durante la segunda guerra
666 | civil, el coronel Aureliano Buendía trató de hacer aquella misma ruta para tomarse a Riohacha por
667 | sorpresa, y a los seis días de viaje comprendió que era una locura. Sin embargo, la noche en que
668 | acamparon junto al río, las huestes de su padre tenían un aspecto de náufragos sin escapatoria,
669 | pero su número había aumentado durante la travesía y todos estaban dispuestos (y lo
670 | consiguieron) a morirse de viejos. José Arcadio Buendía soñó esa noche que en aquel lugar se
671 | levantaba una ciudad ruidosa con casas de paredes de espejo. Preguntó qué ciudad era aquella, y
672 | le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que
673 | tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo. Al día siguiente convenció a sus
674 | hombres de que nunca encontrarían el mar. Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro
675 | junto al río, en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la aldea.
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677 | José Arcadio Buendia no logró descifrar el sueño de las casas con paredes de espejos hasta el
678 | día en que conoció el hielo. Entonces creyó entender su profundo significado. Pensó que en un
679 | futuro próximo podrían fabricarse bloques de hielo en gran escala, a partir de un material tan
680 | cotidiano como el agua, y construir con ellos las nuevas casas de la aldea. Macondo dejaría de ser
681 | un lugar ardiente, cuyas bisagras y aldabas se torcían de calor, para convertirse en una ciudad
682 | invernal. Si no perseveró en sus tentativas de construir una fábrica de hielo, fue porque entonces
683 | estaba positivamente entusiasmado con la educación de sus hijos, en especial la de Aureliano,
684 | que había revelado desde el primer momento una rara intuición alquímica. El laboratorio había
685 | sido desempolvado. Revisando las notas de Melquíades, ahora serenamente, sin la exaltación de
686 | la novedad, en prolongadas y pacientes sesiones trataron de separar el oro de Úrsula del cascote
687 | adherido al fondo del caldero. El joven José Arcadio participó apenas en el proceso. Mientras su
688 | padre sólo tenía cuerpo y alma para el atanor, el voluntarioso primogénito, que siempre fue
689 | demasiado grande para su edad, se convirtió en un adolescente monumental. Cambió de voz. El
690 | bozo se le pobló de un vello incipiente. Una noche Úrsula entró en el cuarto cuando él se quitaba
691 | la ropa para dormir, y experimentó un confuso sentimiento de vergüenza y piedad: era el primer
692 | hombre que veía desnudo, después de su esposo, y estaba tan bien equipado para la vida, que le
693 | pareció anormal. Úrsula, encinta por tercera vez, vivió de nuevo sus terrores de recién casada.
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695 | Por aquel tiempo iba a la casa una mujer alegre, deslenguada, provocativa, que ayudaba en
696 | los oficios domésticos y sabía leer el porvenir en la baraja. Úrsula le habló de su hijo. Pensaba
697 | que su desproporción era algo tan desnaturalizado como la cola de cerdo del primo. La mujer
698 | soltó una risa expansiva que repercutió en toda la casa como un reguero de vidrio. «Al contrario -
699 | dijo-. Será feliz». Para confirmar su pronóstico llevó los naipes a la casa pocos días después, y se
700 | encerró con José Arcadio en un depósito de granos contiguo a la cocina. Colocó las barajas con
701 | mucha calma en un viejo mesón de carpintería, hablando de cualquier cosa, mientras el
702 | muchacho esperaba cerca de ella más aburrido que intrigado. De pronto extendió la mano y lo
703 | tocó. «Qué bárbaro», dijo, sinceramente asustada, y fue todo lo que pudo decir. José Arcadio
704 | sintió que los huesos se le llenaban de espuma, que tenía un miedo lánguido y unos terribles
705 | deseos de llorar. La mujer no le hizo ninguna insinuación. Pero José Arcadio la siguió buscando
706 | toda la noche en el olor de humo que ella tenía en las axilas y que se le quedó metido debajo del
707 | pellejo. Quería estar con ella en todo momento, quería que ella fuera su madre, que nunca
708 | salieran del granero y que le dijera qué bárbaro, y que lo volviera a tocar y a decirle qué bárbaro.
709 | Un día no pudo soportar más y fue a buscarla a su casa. Hizo una visita formal, incomprensible,
710 | sentado en la sala sin pronunciar una palabra. En ese momento no la deseó. La encontraba
711 | distinta, enteramente ajena a la imagen que inspiraba su olor, como si fuera otra. Tomó el café y
712 | abandonó la casa deprimido. Esa noche, en el espanto de la vigilia, la volvió a desear con una
713 | ansiedad brutal, pero entonces no la quería como era en el granero, sino como había sido aquella
714 | tarde.
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716 | Días después, de un modo intempestivo, la mujer lo llamó a su casa, donde estaba sola con su
717 | madre, y lo hizo entrar en el dormitorio con el pretexto de enseñarle un truco de barajas.
718 | Entonces lo tocó con tanta libertad que él sufrió una desilusión después del estremecimiento
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722 | 12
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726 | Cien años de soledad
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730 | Gabriel García Márquez
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732 | inicial, y experimentó más miedo que placer. Ella le pidió que esa noche fuera a buscarla. Él
733 | estuvo de acuerdo, por salir del paso, sabiendo que no seria capaz de ir. Pero esa noche, en la
734 | cama ardiente, comprendió que tenía que ir a buscarla aunque no fuera capaz. Se vistió a tientas,
735 | oyendo en la oscuridad la reposada respiración de su hermano, la tos seca de su padre en el
736 | cuarto vecino, el asma de las gallinas en el patio, el zumbido de los mosquitos, el bombo de su
737 | corazón y el desmesurado bullicio del mundo que no había advertido hasta entonces, y salió a la
738 | calle dormido. Deseaba de todo corazón que la puerta estuviera atrancada, y no simplemente
739 | ajustada, como ella le había prometido. Pero estaba abierta. La empujó con la punta de los dedos
740 | y los goznes soltaron un quejido lúgubre y articulado que tuvo una resonancia helada en sus
741 | entrañas. Desde el instante en que entró, de medio lado y tratando de no hacer ruido, sintió el
742 | olor. Todavía estaba en la salita donde los tres hermanos de la mujer colgaban las hamacas en
743 | posiciones que él ignoraba y que no podía determinar en las tinieblas, así que le faltaba
744 | atravesarla a tientas, empujar la puerta del dormitorio y orientarse allí de tal modo que no fuera
745 | a equivocarse de cama. Lo consiguió. Tropezó con los hicos de las hamacas, que estaban más
746 | bajas de lo que él había supuesto, y un hombre que roncaba hasta entonces se revolvió en el
747 | sueño y dijo con una especie de desilusión: «Era miércoles.» Cuando empujó la puerta del
748 | dormitorio, no pudo impedir que raspara el desnivel del piso. De pronto, en la oscuridad absoluta,
749 | comprendió con una irremediable nostalgia que estaba completamente desorientado. En la
750 | estrecha habitación dormían la madre, otra hija con el marido y dos niños, y la mujer que tal vez
751 | no lo esperaba. Habría podido guiarse por el olor si el olor no hubiera estado en toda la casa, tan
752 | engañoso y al mismo tiempo tan definido como había estado siempre en su pellejo. Permaneció
753 | inmóvil un largo rato, preguntándose asombrado cómo había hecho para llegar a ese abismo de
754 | desamparo, cuando una mano con todos los dedos extendidos, que tanteaba en las tinieblas, le
755 | tropezó la cara. No se sorprendió, porque sin saberlo lo había estado esperando. Entonces se
756 | confió a aquella mano, y en un terrible estado de agotamiento se dejó llevar hasta un lugar sin
757 | formas donde le quitaron la ropa y lo zarandearon como un costal de papas y lo voltearon al
758 | derecho y al revés, en una oscuridad insondable en la que le sobraban los brazos, donde ya no
759 | olía más a
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